martes, 17 de noviembre de 2009

...Y cuando el rostro volvió.

De pequeña, mi madre me contaba a menudo una fábula sobre un sabio que vivía miserablemente. El hombre vivía en tal situación, que solo podía comer hierbas del campo. Un día se giró y vió cómo había quien vivía recogiendo las hierbas que él tiraba.

Hay rachas en la vida en que uno se siente pobre de espíritu, que es la peor clase de pobreza que se puede tener. Nos damos cuenta de que no dedicamos el tiempo suficiente a lo que queremos hacer, sino que perdemos el tiempo en lo que debemos hacer. Por "debemos hacer" me refiero a trabajar para pagar facturas, a compromisos sociales y laborales que no nos satisfacen, al tiempo invertido en perseguir estereotipos imposibles. No vivimos como creemos. Nuestras obligaciones, a menudo autoimpuestas, nos apartan de lo que de verdad querríamos ser y nos sentimos pobres, muy pobres.

Pero hoy he vuelto el rostro y he visto quién es aún más pobre que yo. En una fotografía de una revista, una conocida joven de la alta sociedad, casada con un torero, inauguraba uno de esos rancios rastrillos de beneficencia. Eso es peor. Vender en un rastrillo lo que les sobra a las pititas y estar casada con un tipo que saca un buen beneficio de hacer espectáculo con el sufrimiento de un ser vivo. No se me ocurre una peor forma de vida ni una miseria del alma más profunda.

La fábula del sabio concluye:

"y cuando el rostro volvió
halló la respuesta viendo
que otro sabio iba cogiendo
las hierbas que él arrojó".

La lástima es que los que vivían de hierbajos eran sabios. En este caso, los más pobres de espíritu son los más ricos de bolsillo. Consuela pensar que su alma se alimenta de las sobras de otros, con menos dinero pero más vergüenza.