lunes, 19 de abril de 2010

El lamento del ratón perezoso.

Hace mucho que no escribo. Lo sé. Lo que no sé es si es realmente por falta de tiempo o porque creo que mi blog no es muy exitoso. Teniendo en cuenta que lo segundo me trae al fresco porque no escribo para nadie sino para mí y si alguien me lee suerte que he tenido, me temo que la razón es que últimamente no tengo momento de centrarme. Pero ahora lo voy a intentar para, desde la más sincera modestia, recomendar un libro.

Se trata de la novela Firmin, de Sam Savage. Desde las primeras líneas ya supe que me iba a gustar, aunque esto me pasa casi siempre. Soy incapaz de leer un libro que no me guste desde el principio. Este lo leí en un día de Semana Santa; es breve, pero tan bonito que no necesita extenderse más. El protagonista es una rata (o "rato", ya que es un macho) que vive en una librería y se alimenta del papel de los libros, por lo que aprende a leer. A lo largo del libro se humaniza, hasta que no sabes si es animal o es persona y te sorprende cuando puedes identificar sus sentimientos con los tuyos. Me hizo llorar el momento en que le ponen veneno matarratas. No destripo el asunto por si lo vais a leer, pero es una metáfora del cariño que mata, o al menos que hace daño, para no ponerme demasiado dramática. A Firmin le ocurre lo que pasa a menudo, cuando tienes sentimientos tan sinceros hacia alguien que te parece imposible no ser correspondido. En este caso, la pobre rata cree que el que supone su mejor amigo, en su desconocimiento de la reacción de los humanos hacia estos bichos, le está invitando a merendar, cuando la supuesta merienda es un veneno. No cuento más, pero es para que se entienda por qué se me caían las lágrimas por la inocencia del pobre animal, en la que reconozco la mía, o más bien mi torpeza, porque yo no soy una rata. Creo.

El libro es muy barato en su edición de bolsillo y vale la pena. Como plus, es la "opera prima" de Sam Savage, a la tierna edad de 67 años. Ya ha sacado un segundo libro, El lamento del perezoso, a los 70, que espero ansiosa recibir por correo, porque soy tan chula que lo he comprado en inglés, para hacer los honores como es debido.

Aunque hay dos tipos de tonto, el que presta un libro y el que lo devuelve, estoy dispuesta a prestarlo. Porque estoy convencida de que, si estás leyendo esto, no me vas a dar veneno de merienda.